Poemas (XXXII): «No hay puertas», de Olga Orozco



(Fotografía tirada da bitácora sopadepoetes. Premer na imaxe para agrandar o tamaño. E video na canle youtube no que Olga Orozco le o seu poema «No hay puertas»)
A Revista de Cultura Ñ, do diario arxentino Clarín, deu a coñecer trasantonte a magnífica nova dunha débeda saldada: por fin sae a Poesía Completa da enorme Olga Orozco (Toay, La Pampa, 1920-1999, aló está a súa Casa Museo). E esta nova aínda é mellor ao sabermos que a edición literaria vén da man da poeta, tradutora, ensaísta e profesora Ana Becciú.
Desde hai ben anos sempre me interesou a poesía de Olga Orozco, a quen coñecín polo seu relacionamento con outra poeta enorme, Alejandra Pizarnik. De feito así o lembran no artigo de Ñ:
“A los treinta y seis años conoció a Alejandra Pizarnik, que entonces tenía dieciocho y que se convirtió en una suerte de discípula suya. Hay versos de Orozco citados en poemas de Pizarnik, hay un poema de Pizarnik dedicado a Orozco (Cantora nocturna), y un poema de Orozco a la muerte de Pizarnik (Pavana para una infanta difunta). El título de su último libro: Con esta boca, en este mundo, refiere a En esta noche, en este mundo, un poema de Pizarnik considerado paradigmático de su obra”.
Desta última na miña biblioteca hai un tomo da extinguida editorial barcelonesa Lumen coa Poesía Completa, mais de Olga Orozco apenas un par de títulos, polo que me aprace saber que se vai editar tamén a totalidade da súa obra poética. Relendo os seus versos reparo máis unha vez nos poemas que falan das portas e que sempre me chamaron poderosamente a atención. Velaí, como homenaxe neste Día Internacional da Muller Traballadora (non sería máis acaído dicir Emancipada?) estes dous poemas: «No hay puertas» e «Detrás de aquella puerta», que pertencen ao libro La noche a la deriva (FCE, 1984).
NO HAY PUERTAS
Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo,
con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera,
con el vértigo de mirar hacia arriba,
con tu amor que se enciende de pronto como una lámpara en medio de la noche,
con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la idolatría,
con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriéndome el costado del miedo,
a la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de praderas celestes,
hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca.
La dejaste a mis puertas como quien abandona la heredera
de un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras.
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan al amor
-personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la distancia-,
o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás llenando el cuenco de unos años con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido
en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levantó frente a mí
esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados
y en la que hemos bebido el vino de la eternidad de cada día,
y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
y entraste en este cuarto con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad
semejante a mi vida.
DETRÁS DE AQUELLA PUERTA
En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
—cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo—
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.
(De La noche a la deriva, 1984)
Relendo os anteriores poemas decátome de que talvez por eses incomprensibles e azarosos misterios da intertextualidade e dunha maneira inconsciente (desde logo non tiña consciencia diso no momento da escrita) no meu último poemario As crebas (Espiral Maior, 2011) hai un texto que tamén se intitula «As portas», que ben podería ser un diálogo coa poética de Olga Orozco.
12
As portas
Son estrañas as portas.
Sempre aí, sempre quedas.
Unhas veces a ollaren para ti divertidas, a riren de alegría tal pallasos do circo en tardes de xirafas e un tigre triste e vello; outras veces a estaren caladas, pensativas, lembrando os agarimos que a última das mans deixou no seu manubrio.
Son estrañas as portas, que unhas veces din todo e nada a penas noutras, que moitas veces se abren para acollerte ledas e algunhas van e pechan coma ourizos de mar, mais nunca viras portas tan desconsoladoras como as que doen moito ao pechar para sempre.
E aquela tiña un rostro de casa antiga e triste que soubeches que nunca volvería a abrirse.

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2 respostas a Poemas (XXXII): «No hay puertas», de Olga Orozco

  1. Agueda di:

    Que marabilloso que haxa homes coma ti que lembran ás mulleres de xeito tan enriquecedor e constructivo!!, porque hoxe aínda se dan portazos a moitísimas delas,desafortunada e inxustamente.
    eu, quero disculparme por dicir isto, pero xa estaba un chisco chea de tanto López Abente,respectando o seu valor como escritor.
    noraboa!
    un cordial saúdo

    • Viaxeira azul, López Abente fai parte do noso patrimonio cultural e literario e máis aínda cando falamos dun seu libro inédito que é todo un acontecemento.
      Obrigado, moitas grazas polos teus comentarios.

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