Veño de rematar a lectura do libro de relatos Deseo (título orixinal: Dúil), do escritor irlandés Liam O’Flaherty, en traducción desde o gaélico do narrador, poeta e tradutor sevillano Antonio Rivero Taravillo. Publicouno esa excelente editorial que se chama Nórdica Libros (1ª edición: marzo de 2012) na súa colección «otras latitudes», onde xa se publicaron tamén varios libros de Flann O`Brian, coma La gente corriente de Irlanda ou La boca pobre, ou tamén La buena gente del campo da norteamericana de orixe irlandesa Flannery O`Connor.
E lendo as páxinas interiores atopo esta anotación que amosa máis unha a debilidade empresarial do tecido das industrias editoriais galegas:
«El editor reconoce la ayuda económica recibida para la traducción de Ireland Literature Exchange (translation fund), Dublin, Ireland
www.irelandliterature.com / info@irelandliterature.com
Publicado originalmente en irlandés. Obra publicada con autorización de Cló Iar-Chonnacht, Indreabhán, Co. na Gaillimhe, Ireland».
Daquela, oor que as nosas editoriais sempre están a se queixar de non recibiren axudas á tradución do Goberno galego e non optan ás axudas que fornecen no exterior?
Na miña opinión, esta é a mellor política de traducións que se pode seguir, a realizada por organismos como o Ireland Literature Exchange ou o catalán Institut Ramon Llull que subsidian que a súa literatura propia sexa trasladada a outras linguas do mundo. Só lle teño lido unha opinión algo semellante a Manuel Bragado nas súas brétemas.
Dito isto, malia gozar da versión castelá de Antonio Rivero Taravillo(quen explica o seu labor nunha anotación ao final do libro) manifesto a miña mágoa por non poder ler estes dezaoito relatos na nosa lingua, xa que a literatura de Liam O’Flaherty fala do mundo mariñeiro e do rural na república de Irlanda, que é coma falar do medio mariño e rural galego. A maioría dos relatos con só mudar a ubicación poderían desenvolverse perfectamente na nosa terra. Velaí «La roca negra», «La vida», «La muerte de la vaca» conmovedor e magnífico, «Pobres gentes», «El traje nuevo», «Un roce», «La feria» ou «Vinganza», por citarmos só algúns.
Na páxina web da editorial Nórdica Libros, pódese ler neste pdf un adianto do volume, que inlúe completo o relato que lle dá título ao conxunto e que, malia afastarse da temática que dixemos, tamén reproducimos deseguida na tradución castelá de Antonio Rivero Taravillo.
DESEO
Un niño se hallaba jugando con un sonajero sobre la alfombra junto a la silla en la que estaba sentada su madre, leyendo un libro. Soltaba un gritito de alegría cada vez que oía el sonido musical que salía del instrumento al agitarlo. Después, el sonajero cayó de sus manos. Pasó unos segundos deslizándose y dando vueltas por todo el suelo. El niño cayó sobre su vientre cuando se estiró para coger aquella cosita deliciosa.
El repentino contacto con la dureza del suelo le dio ganas de emitir un chillido. No era el dolor que sentía la única causa de sus ganas de chillar. Un instinto natural le impelía a llamar violentamente a su madre cuando tenía necesidad de ayuda. Pero aunque abrió la boca, al final no dejó salir el berrido. En este punto, tendido sobre su vientre y con la cabeza en alto, vio una cosa maravillosa que le infló de alegría los rechonchos mofletes.
Un rayo de sol se extendía por el suelo a unos diez metros de él. Llegaba a través de una alta puertaventana, completamente abierta, que daba al jardín. El hermoso rayo estaba suspenso en el aire, y caía desde el techo al suelo, como si fuera una cortina de seda en la que resplandecían miles y miles de joyas.
Sin advertir lo pequeño de su cuerpo, contempló esta maravilla durante un minuto, mientras un ancho arroyo de agüilla le goteaba de la boca sobre el babero atado bajo su cuello. Luego, la codicia de aquel objeto le produjo un estertor en la garganta. Alargó su mano derecha para alcanzar la resplandeciente belleza. Cuando cerró con vehemencia los pequeños dedos, estos no cogieron sino el aire vacío. Perdió el equilibrio y después cayó de costado.
Sin embargo, el repentino impacto contra el duro suelo no le produjo ahora ganas de gritar. Sentía tanto arrobo al contemplar la cortina de joyas, con los grandes ojos abiertos, que no prestó ninguna atención al dolor. Se quedó así frente al prodigio, hasta que se fortaleció tanto su deseo que ya lo único que quería era satisfacerlo. Empezó a codiciar, con cuerpo y alma, asir firmemente la belleza aquella. Se levantó él solo sobre sus manos y rodillas, con un gran esfuerzo de voluntad y energías. Sacó duramente la mandíbula inferior y avanzó con vehemencia hacia la cortina de luz.
Nunca antes había probado a gatear. Fue por eso que al punto sintió un intensísimo dolor en las extremidades. Su corazón empezó a latir aceleradamente. El desacostumbrado ejercicio le hizo marearse. No había dado ni unos dos pasos cuando sus brazos no pudieron soportar ya más el peso de su cuerpo. Cayó de bruces sobre el estómago.
Se le ocurrió que era el momento de dar otro grito para pedir auxilio. Abrió la boca, pero ningún sonido salió de su garganta. Su deseo era más fuerte que su aflicción. Extendió las manos, agarró firmemente la alfombra y tiró de su cuerpo hacia adelante otro gran trecho, acercándose a la cortina milagrosa. Después se concedió un descanso durante un rato, hasta que el afán volvió a atacar y sintió la necesidad de alzarse del suelo para seguir gateando.
Avanzó cuatro pasos en este intento, de una sola y descomunal acometida. Cuando cayó, se había quedado completamente sin aliento. Sus brazos y sus piernas se estremecían de dolor. Después de esto le dio igual el dolor y la pequeña amenaza temerosa que se estaba apoderando de su mente, diciéndole que abandonara este viaje peligroso y llamara a su madre. La maravilla resplandeciente ya solo estaba a tres pasos de él, poniendo magia ante sus ojos con su divina belleza. Volvió a levantarse, apurando las pocas fuerzas que le quedaban en un último intento. Y avanzó, palmo a palmo, sin respiro, hasta que llegó al lugar sobre el que creía que colgaba la hermosa cortina.
Ay! Cuando quiso tocar la luz resplandeciente, sus ojos vieron atónitos que no había nada flotando en el aire. Ya nunca más se supo de la rutilante cortina que lo sedujo con la belleza de sus joyas. Era la luz tan fuerte que tenía que guiñar los ojos para ver, con el corazón roto, buscando aquí y allá la belleza que había perdido. Entonces vio la ventana abierta que daba sobre el jardín. Cuando miró a través de ella, su corazón se le heló, estupefacto ante la terrible magnitud del mundo exterior.
Lejos y más lejos se extendía la superficie del mundo ilimitado, más allá del florido jardín: abajo, a través de un gran valle profundo cubierto de árboles; arriba, sobre altas montañas cuyos picos azules se unían a la poderosa cubierta del cielo, y una gran joya resplandecía allí arriba, como si fuese un ojo de Dios.
Se quedó traspuesto unos instantes, atemorizado, contemplando esta nueva maravilla que escapaba a su comprensión. Después cerró los ojos, protegiéndose de la luz del sol. Con la oscuridad, la amenaza del temor volvió a apoderarse de su mente. Pero ahora le prestó atención y se desvaneció su deseo. Ya sí que notaba los dolores que atormentaban su cuerpo. Se dio cuenta de que había andado un gran camino hasta este lugar en el que se hallaba solo. Entonces empezó a llenarse de terror, abrió la boca y se puso a chillar.
Su madre dejó caer el libro y corrió apresuradamente hacia él. Lo cogió en sus brazos y lo besó con cariño. Él estuvo dando alaridos mientras lo llevaba a la silla, y no se calmó hasta que ella se sentó poniéndolo en su regazo. Cuando empezó a tararear una canción en voz baja al mismo tiempo que lo mecía suavemente, desapareció el miedo y se quedó callado. Entonces, la madre recogió el sonajero del suelo y lo agitó ante él. Una risita asomó a su boca, y tomó el instrumento con sus dos manos. Y empezó a agitarlo.
Aquí, junto al vientre en el que halló el ser, se hallaba ajeno al dolor y a los peligros de la vida. Ahora lo hechizaba la melodiosa voz de su madre; pero ahora se trataba de una seducción silenciosa y placentera. Desapareció completamente de su memoria el recuerdo del daño soportado mientras realizaba su gran expedición a la puerta del mundo. Se sosegó y le inundó la pereza. Estiró largamente las piernas, dio un prolongado suspiro y se apretó contra el cuerpo cálido y acogedor de su madre. Y empezó a soñar con sus grandes ojos azules abiertos de par en par.
Vio otra vez la cortina resplandeciente, y sintió la alegría que el baile de las joyas trajo a su corazón. Vio la formidable magnitud del mundo que se extendía fuera de la ventana, más allá del jardín florido y del gran valle con sus árboles, hasta las cumbres azules de las colinas. Vio el ojo deslumbrante de Dios estallando arriba en la vastedad del cielo. Cuando finalmente cerró los ojos, al quedar dormido, lo sacudió el deseo de partir del vientre materno a otro viaje, a través del mundo que había tras la cortina resplandeciente, etapa tras etapa, hasta el final de su vida corpórea, cumpliendo el deber de la raza humana, con miedo, pesar y alegría, por jardines floridos y valles remotos, hasta las cimas de las montañas en el extremo del cielo y aún más arriba, hasta encontrarse ante el ojo de Dios.
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