A crónica viaxeira «De Cée a Mugía» de Francisco Mayán Fernández na revista Algo (1933)

Veño de publicar unha nova colaboración en QuepasanaCosta. Diario dixital da Costa da Morte, que dirixe Ubaldo Cerqueiro. Desta volta para exhumar un dos primeiros artigos históricos e literarios de Francisco Mayán Fernández, o lembrado cronista de Cee que lle dá nome á Biblioteca Municipal. Velaquí o texto que tamén se pode ler nesta ligazón.

A crónica viaxeira «De Cée a Mugía» de Francisco Mayán Fernández na revista Algo (1933)

Hai agora 90 anos a revista Algo. Ilustración popular publicou no seu número 212 (2 de setembro de 1933) a crónica viaxeira «De Cée a Mugía» de Francisco Mayán Fernández que se centra no mosteiro de Moraime e, sobre todo, no santuario de Nosa Señora da Barca.

Esta revista de ilustración e fotografía nacera en 1929 en Barcelona, primeiro co subtítulo Semanario ilustrado enciclopédico y de buen humor e logo xa co de Ilustración popular, e cesou durante a guerra civil, pois o seu derradeiro número é o 428 (1938). Estaba dirixida polo dramaturgo Manuel Jiménez Moya, tiña periodicidade semanal e aparecía os sábados nos quioscos.

Por volta de 1933 convocou un «Concurso de crónicas ilustradas de excursiones», cuxos textos non podían exceder das 1700 palabras e que deberían incluír fotografías “más de tres y menos de doce” que a Redacción se reservaba o dereito de poder recortar, compoñer ou suprimir. Tamén solicitaban que se detallase o itinerario e mesmo que se falase de fontes, casas para descansar ou facer noite… se esa información fose de importancia para que outras persoas puidesen realizar esa mesma viaxe. E polos dereitos de publicación do texto e das fotografías aboaban a cada autor a cantidade de 50 pesetas e para as tres crónicas máis votadas polos lectores un premio de 300 pesetas.

Francisco Mayán (Cee, 1916 – Lugo, 2010), daquela a piques de facer os seus 17 anos, envía a súa crónica que foi acollida e publicada o 2 de setembro de 1933, no que foi un dos seus primeiros traballos literarios e históricos. Non acadou ningún dos tres premios a maiores. As seis fotografías que acompañan a crónica «De Cée a Mugía» non levan autoría, mais con certeza pertencen á cámara de Ramón Caamaño (Muxía, 1908 – 2007), a quen identificamos a carón da Pedra da Barca, nun dos seus moitos autorretratos.

Deseguida reproduzo o texto:

«De Cée a Mugía»

Era una hermosa mañana del mes de junio. Nos acomodamos en un magnifico ómnibus y salimos del risueño pueblo de Cée con dirección a Mugía, la villa hermana, lugar del ensueño, de la leyenda, de la tradición y de la poesía, que rodeada de las gigantescas olas del Atlántico por un lado y elevadas montañas por el otro, se extiende majestuosa entre la ría de Camariñas por el este y la parroquia de Bardullas por el oeste.

El viaje fue delicioso: continuamente disfrutamos de un panorama ideal, típico de nuestra Galicia, lleno de salud y de aire puro; por aquí lindas casitas de campo; por allá encantadores valles y algún pueblecillo que. erguido entre los peñascos de la montaña, parecía dirigirnos su humilde mirada como suplicándonos detuviéramos nuestra vertiginosa marcha para contemplar sus ennegrecidos muros, testigos de miles de hechos que encierran todo un pasado de gloria y de valor.

Desde que partimos de Cée fuimos gozando de ese lindo espectáculo, que hace al alma salir de si misma para dirigirse al cielo, que, como envidioso de tanta belleza, te envuelve con el intenso azul de sus nubes, que parecen cimentarse en las elevadas crestas de los montes.

A los pocos kilómetros de recorrido, perdimos de vista el mar de nuestra costa, tranquilo y apacible, y continuamos entre la dulzura de una agradable y encantadora campiña.

Nos encontrábamos entusiasmados con el paisaje que aparecía ante nosotros, cuando después de recorrer diez y nueve kilómetros, divisamos allá en lo alto una elevada torre, coronada con férrea cruz, denotando que por allí pasó tambien no olvidada civilizacion: era el antiguo monasterio de San Julián da Moraime, que aun conserva su estilo románicobizantino del tercer periodo; era aquel suntuoso templo de benedictinos, destruido en 1105 por los «latimani» de la «Historia Compostelana», y diez años después asolado por el almirante de los almaoravides Ali-ben-Meinon; era, en fin, aquella histórica iglesia que por donación de Alfonso VII, hecha en 26 de septiembre al abad Ordoño, para premiar servicios prestados por éste en tiempos de guerra, se reedificó en 1119.

Nos apeamos del coche y penetramos en la solitaria mansión, cuyo interior, todo de cantería, compónese de tres naves y ábsides semicirculares, siendo el central cuadrado y moderno, conteniendo uno de los muros laterales arquerías ciegas de doble arco bajo, con otro mayor, con capiteles de hojas. El pórtico, de columnas laterales, adornadas por doce estatuas que aun conservan restos del policromado primitivo, además do denotar gran influencia compostelana, parece estar diciendo que su construcción data de mediados del siglo XII. Luego nos dirigimos al monasterio, que se encuentra a su lado; monasterio antiquísimo, del que comienza a hacerse mención a fines de la oncena centuria, cuando, en 1093, la condesa Argilona hace grandes donaciones al monasterio de Moraime y a su abad Honorio, al que más tarde doña Zoila donó la villa de Sartevagos y su hijo, Diego Froilaz, añadió, en 1122, la Iglesia de Duyo, perdiendo el repetido monasterio parte de sus posesiones per apoderarse de ellas el conde de Trastamara, quien no accedió al mandato de don Juan II, que ordenaba su restitución.

Contemplamos detenidamente sus restos, descubriendo por ellos la gran capacidad que tuvo en otros tiempos, y ya no pudimos detenernos más en la admiración de aquellas piedras memorables, porque al volver la vista, teníamos ante nosotros la ensenada de Merexo y no podíamos partir de allí sin deleitarnos unos momentos con su hermosura.

Abandonamos tanta belleza y reanudamos nuestro camino a Mugía, volviendo a ver otra vez el mar, pero no aquel mar apacible y tranquilo, sino el inmenso y embravecido, cuyas encrespadas olas chocaban y se rompían, convirtiéndose en blanca espuma, contra las empinadas rocas que tan magistralmente cantó en sonoros versos el excepcional López Abente:

Penedos, altos penedos do Corpiño vixiantesodes com’o meu amortristes, barudos e grandes.

Seguimos nuestra ruta y, por fin, llegamos a la hospitalaria Mugía; cruzamos aquel pintoresco pueblo, escondido en un rincón de esta costa brava, de la que hizo eco el gran poeta Ariosto en algunos cantos de su «Orlando furioso», y arribamos a las inmediaciones del santuario de Nuestra Señora de la Barca, extremo septentrional de la península alta y esquinada, conocida por «Cerro de Muxia», contra el que se estrellan los vientos del norte, rompiendo en las rocas de las orillas las ondas del mar, que continuamente cruzan gran número de navegantes, a los que Nuestra Señora de la Barca protege desde su santuario. Alto y severo divísase a lo lejos el faro del Villano que, compadecido de los seres que en los grandes trasatlánticos surcan los mares para buscar en lejanas tierras la codiciada fortuna, les señala el camino que ha de llevarles al término du su viaje.

El santuario posee una puerta principal orientada al poniente y otra lateral que da al norte; el techo es de pizarra, motivo por el cual los romeros que regresan de este santuario entonan una canción que dice:

Nosa Señora da Barca — ten o tellado de pedra;ben poidera tel-o d’ouromiña Virxe se quixera.

En la fachada principal se encuentran las bases para las torres, pero éstas no se han construido. El retablo del altar mayor es churrigueresco, de buena traza, obra, aproximadamente del siglo XIV, en cuyo centro se halla la venerada Virgen de la Barca, con su divino Hijo en el brazo derecho, teniendo un cetro en la mano izquierda; todo este conjunto yérguese sobre los hombros de un ángel, que está en medio de una embarcación que tiene por remeros a dos querubines con uno al timón, sosteniendo el último una carta que dice: «Quién como Dios». La imagen mide en total cuarenta y ocho centímetros.

En el templo hay cuatro altares laterales, habiendo sido dos de ellos dotados de retablos por el párroco, en 1859, y los otros dos, por su traza y pintura, parecen contemporáneos del altar mayor, uno, en el que se halla la imagen de la Virgen del Carmen y del arcángel San Miguel, fue erigido por un devoto en memoria de la aparición de la Madre de Dios al apóstol, y el otro fué también un regalo, viéndose en él esta inscripción: «Está consagrado a San Juan Bautista y a San Roque».

Al lado mismo de la epístola y del Evangelio, se conservan en dos sepulturas las cenizas de los condes de Maceda, que reedificaron el templo, leyéndose en la de al lado de la epístola: «Aquí yace doña María Teresa, condesa de Taboada, viuda del conde de Maceda, muerta en 1727 y trasladados sus restos en 1730», y en la de al lado del evangelio: «Aquí reposa don José Benito Lanzós, conde de Maceda, que falleció en 1725 y fué trasladado en 1730».

A partir del pontífice Clemente XI, en 1718, se concedieron al Santuario de la Barca innumerables indulgencias, que ganan los romeros que asisten a las peregrinaciones, y de los cuales hace referencia la historia, diciendo que llegó a tanto su número, que ya en el siglo XVI fué necesaria la construcción de un hospital en el extremo norte de la villa; hospital del que hoy no se conserva ningún vestigio; era costumbre continuar la peregrinación visitando al «Cristo de Fisterra»; de ahí que, al regresar, ya cumplidas las ofertas, entonasen esta copla.

Veño da Virxe da Barca, — veño d’abalar a pedra, — tamén veño de vos ver — Santo Cristo de Fisterra.

Visitamos «a pedra d’abalar e d’ os cadrises», fuentes de un sinnúmero de leyendas, y nuevamente pudimos contemplar el sublime espectáculo del mar embravecido, que, de vez en cuando, era surcado por una velilla blanca, cuya embarcación se mecía al acompasado son de aquellas enormes olas, tripulada por humildes pescadores que con su corazón henchido de fe y la mirada fija en el Santuario de Nuestra Señora de la Barca, no temen arrostrar los peligros de la lucha que diariamente tienen que sostener contra el furioso elemento para arrancar de su seno el pan de sus hijos.

Después de comer en las inmediaciones del Santuario, retornamos a Cée, y al recordar que todas estas peregrinaciones sirvieron de inspiración a multitud de poetas, vino a mi mente la composición de nuestra inmortal Rosalía de Castro que lleva por título «Nosa Señora da Barca», y aun sin querer se asomaban a mis labios aquellas dulcísimas estrofas:

¡Canta xente… canta xente — por campiñas e por veigas! — ¡Canta pol-o mar abaixo — ven camiño da ribeira!

Ramo de frores parece, — Muxia a das altas penas, — con tanta rosa espallada — n’aquela branca ribeira,con tanto carabeliño — que reloce antr’as areas, — con tanta xente que corre, — que corre e se sarandea.

¡Bendita a Virxen da Barca, — bendita por sempre sea! — ¡Miña Virxen milagrosa — en que tantos se recrean! — Todos van por visitala, — todos alí van por vela, — na sua barca dourada, — na sua barca pequena.

FRANCISCO MAYÁN FERNÁNDEZ

FOTO 1: Aspecto de las encrespadas olas que chocan y se rompen, convirtiéndose en espuma, contra las empinadas rocas.

FOTO 2: Alto y severo divísase a lo lejos el faro del Villano.

FOTO 3: Vista de Mugía, lugar del ensueño, de la leyenda, de la tradición y de la poesía.

FOTO 4: Enorme roca oscilante llamada «d’abalar» que se encuentra en las inmediaciones del santuario.

FOTO 5: Imagen de Nuestra Señora de la Barca que se venera en la villa de Mugía.

FOTO 6: Piedra llamada «d’os cadrises» que según la leyenda tiene facultad de curar de esta enfermedad a los que pasen por debajo.

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