(Fotografía de Julio Cortázar na súa casa de París en 1974 ©Bassouls/ Sygma/ Corbis e portada da novela Rayuela editada por Seix Barral, 1984. Premer nas imaxes para agrandar o tamaño)
Hoxe conmemoramos o trinta cabodano do pasamento de Julio Cortázar. Andaba eu polos dezanove anos e naquela altura cheguei á lectura da súa obra, que só coñecía de referencias. Nin un conto da súa autoría lera até entón. Nesas datas principiei a mercar unha colección de baixo prezo da editorial Seix Barral, antes de ser devorada por Planeta, que se chamaba Literatura Contemporánea. O seu nº 4 era a novela Rayuela (Barcelona, Seix Barral, 1984) e, malia a súa dificultade, debruceime nas súas páxinas e saín marabillado. Esta lectura levoume de inmediato a procurar a súa obra narrativa e tamén a poética.
Neses anos andaba eu namorado da revolución sandinista do FSLN e non é estraño que me interase tamén a súa experiencia e o seu posicionamento recollido no libro Nicaragua, tan violentamente dulce (Muchnik Editores, 1983), que se pode ler nesta ligazón e que eu merquei axiña saíu publicado na península.
Foron moitas horas pracenteiras e deixoume pouso. Cando escribín o poemario As crebas (Espiral maior, 2011) incluín nos versos do texto «A Metamorfose» unha homenaxe explícita a un dos seus contos intitulado «Axolotl».
Deseguida reproduzo o meu poema e debaixo o espléndido relato cortazariano.
A METAMORFOSE
Cruzar olhares: uma tarefa curta.
(A outra:
a mais gramatical
forma de amar)
«Gramáticas do olhar»,
A Arte de Ser Tigre (2003),
ANA LUÍSA AMARAL
CRUZAR hoxe os ollares: unha tarefa curta, mais de todo imposible porque os teus iris baixan con présa as escaleiras, abandonan a escena, atrás queda o proscenio, atrás tamén o público e no medio da rúa blasfemas contra o vento, nada hai de bohemio, nin nada de impostura na explosión, no Big Bang que orixina o silencio.
Unha metamorfose convértete en anfibio, notas o sangue frío, a pel un tecido áspero que segrega veleno, respiras polas branquias e queres afondar na charca nauseabunda.
Recordas «Axolotl», o conto de Cortázar, metáfora sublime do fascinio da ollada.
Pódese ser anfibio, non é literatura.
Julio Cortázar (1914-1984), «Axolotl», Final del juego (1956)
Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.
En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas… Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias de enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.
Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.
Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.
crebas twitter
-
Artigos recentes
- Poesía contra a barbarie. A voz da muller palestina: Suheir Hammad e Dareen Tatour
- «Nemancos (1953-1954), a revista dirixida por Baldomero Cores Trasmonte», artigo en Grial 239
- Crónica en LVG: «Un percorrido polas cadeiras esquecidas no ocaso»
- Crónica en QPC: «Miro Villar debullou a espiña dorsal da súa vida»
- A crónica viaxeira «De Cée a Mugía» de Francisco Mayán Fernández na revista Algo (1933)
Categorías
- Antoloxías
- Arte
- Autografías
- Banda deseñada
- Biografía
- Cinema
- Congresos
- Contos
- Documental
- Efemérides
- Encontros
- Ensaio
- Entrevistas
- Epistolarios
- Estudos literarios
- Exposicións
- Fotografía
- Gravacións
- Historia
- Humor
- Infantil
- Lendas e mitos
- Lingua
- Literatura medieval
- Manifestos
- Manuscritos
- Memoria Literaria
- Música
- Narrativa
- Obituarios
- Poesía
- Política
- Premios
- Presentacións
- Radio
- Recensións
- Roteiros
- Sen categorizar
- Teatro
- Televisión
- Tradicións
- Versións ou traducións
- Xornadas
- Xornalismo
Comentarios recentes
- “De rosa antiga” | Tirar do fío en Recensión a De rosa antiga. 50 anos de Poesía (1972–2022), de Helena Villar Janeiro, en Grial 237
- Recensión da antoloxía Ara do mar. Poesía a Fisterra, compilada por Alexandre Nerium, en Grial 232 | crebas.gal en Artigo en QPC (XCIII): A potencia simbólica do topónimo Fisterra
- Florencio Delgado en 12 ligazóns e 2 vídeos | A profa en Unha lectura de Galicia infinda, de Florencio Delgado Gurriarán
- «A Pontragha», un poema para o libro Chegadas, Saídas. O antigo camiño de ferro Santiago de Compostela – A Coruña, de Manuel Pazos Gómez | crebas.gal en «A Pontragha», un poema inédito na GaZeta (Revista de Agrupacións Poéticas de Base)
- Feliz Idade, de Olga Novo – Club de Lectura do Porriño en Recensión a Feliz Idade, de Olga Novo, en Grial 222
Histórico
- Novembro 2023 (1)
- Outubro 2023 (3)
- Setembro 2023 (1)
- Agosto 2023 (3)
- Xullo 2023 (3)
- Xuño 2023 (1)
- Maio 2023 (1)
- Abril 2023 (1)
- Marzo 2023 (3)
- Xaneiro 2023 (2)
- Decembro 2022 (2)
- Novembro 2022 (1)
- Outubro 2022 (3)
- Setembro 2022 (2)
- Agosto 2022 (1)
- Xullo 2022 (4)
- Xuño 2022 (2)
- Maio 2022 (10)
- Abril 2022 (2)
- Marzo 2022 (1)
- Febreiro 2022 (4)
- Xaneiro 2022 (6)
- Decembro 2021 (2)
- Outubro 2021 (1)
- Setembro 2021 (3)
- Agosto 2021 (1)
- Xullo 2021 (4)
- Maio 2021 (2)
- Abril 2021 (1)
- Marzo 2021 (1)
- Febreiro 2021 (3)
- Xaneiro 2021 (6)
- Decembro 2020 (9)
- Novembro 2020 (8)
- Outubro 2020 (2)
- Setembro 2020 (3)
- Agosto 2020 (2)
- Xullo 2020 (3)
- Xuño 2020 (1)
- Maio 2020 (6)
- Abril 2020 (6)
- Marzo 2020 (5)
- Febreiro 2020 (1)
- Xaneiro 2020 (5)
- Decembro 2019 (3)
- Novembro 2019 (2)
- Outubro 2019 (6)
- Setembro 2019 (5)
- Agosto 2019 (3)
- Xullo 2019 (4)
- Xuño 2019 (2)
- Maio 2019 (6)
- Abril 2019 (5)
- Marzo 2019 (4)
- Febreiro 2019 (2)
- Xaneiro 2019 (6)
- Decembro 2018 (3)
- Novembro 2018 (3)
- Outubro 2018 (6)
- Setembro 2018 (6)
- Agosto 2018 (6)
- Xullo 2018 (8)
- Xuño 2018 (10)
- Maio 2018 (9)
- Abril 2018 (2)
- Marzo 2018 (11)
- Febreiro 2018 (5)
- Xaneiro 2018 (8)
- Decembro 2017 (4)
- Novembro 2017 (2)
- Outubro 2017 (7)
- Setembro 2017 (7)
- Agosto 2017 (13)
- Xullo 2017 (7)
- Xuño 2017 (6)
- Maio 2017 (6)
- Abril 2017 (6)
- Marzo 2017 (8)
- Febreiro 2017 (11)
- Xaneiro 2017 (5)
- Decembro 2016 (8)
- Novembro 2016 (7)
- Outubro 2016 (10)
- Setembro 2016 (12)
- Agosto 2016 (13)
- Xullo 2016 (7)
- Xuño 2016 (12)
- Maio 2016 (18)
- Abril 2016 (18)
- Marzo 2016 (9)
- Febreiro 2016 (15)
- Xaneiro 2016 (16)
- Decembro 2015 (11)
- Novembro 2015 (21)
- Outubro 2015 (7)
- Setembro 2015 (7)
- Agosto 2015 (2)
- Xullo 2015 (13)
- Xuño 2015 (5)
- Maio 2015 (13)
- Abril 2015 (17)
- Marzo 2015 (17)
- Febreiro 2015 (17)
- Xaneiro 2015 (8)
- Decembro 2014 (16)
- Novembro 2014 (4)
- Agosto 2014 (4)
- Xullo 2014 (3)
- Xuño 2014 (2)
- Maio 2014 (4)
- Abril 2014 (8)
- Marzo 2014 (8)
- Febreiro 2014 (20)
- Xaneiro 2014 (9)
- Decembro 2013 (18)
- Novembro 2013 (7)
- Outubro 2013 (15)
- Setembro 2013 (29)
- Agosto 2013 (13)
- Xullo 2013 (20)
- Xuño 2013 (9)
- Maio 2013 (19)
- Abril 2013 (25)
- Marzo 2013 (20)
- Febreiro 2013 (23)
- Xaneiro 2013 (22)
- Decembro 2012 (20)
- Novembro 2012 (12)
- Outubro 2012 (12)
- Setembro 2012 (16)
- Agosto 2012 (25)
- Xullo 2012 (26)
- Xuño 2012 (19)
- Maio 2012 (41)
- Abril 2012 (35)
- Marzo 2012 (38)
- Febreiro 2012 (34)
- Xaneiro 2012 (40)
- Decembro 2011 (39)
- Novembro 2011 (47)
- Outubro 2011 (43)
- Setembro 2011 (43)
- Agosto 2011 (34)
- Xullo 2011 (31)
- Xuño 2011 (3)
Meta