Poema (XCIV): «Lugares» e «¿Quién escuchó esa voz?», de Carlos Penelas


Grazas ao meu caro amigo Manuel Suárez Suárez recibo con frecuencia na miña caixa de correo electrónico algúns artigos e poemas de Carlos Penelas (Buenos Aires, 1946), autor con raíces galaicas e con moita relación co noso País como se pode ler na autobiografía so seu sitio web e a quen coñecín brevemente en 1997 cando foi convidado a participar no Congreso de Poesía 50º Aniversario de Cómaros Verdes de Aquilino Iglesia Alvariño que se realizou en Vilagarcía de Arousa, onde presentou un interesante e ben documentado relatorio sobre «Poesía e inmigración en José Conde».
Desta volta Manuel Suárez achégame un adianto do novo libro de poemas de Carlos Penelas, intitulado El huésped y el olvido (Buenos Aires: Editorial Dunken, 2017), que leva na ilustración da cuberta unha obra de Alfredo Plank «El descanso del Amor» (imaxe superior), mentres que o texto da contratapa e un estudo preliminar son da autoría da profesora en Letras Marita Rodríguez-Cazaux.
Selecciono para divulgar nesta anotación dous poemas que teñen referencias ben á nosa cidade (Compostela) ben á nosa literatura medieval (Martín Códax). Velaquí:
LUGARES
He caminado las callejuelas de Fez,
su medina, los monótonos olores de las curtiembres.
He dormido en el Hotel Alexandra de Copenhague.
En una taberna de Gijón brindé con camaradas libertarios.
Puedo pensar en Montevideo, puedo hablar de Compostela,
de la nostalgia por Trieste, por Edimburgo.
Puedo sentir chañares, algarrobos, sombras.
Me es imposible no recordar
el puente de San Carlos y el Moldava.
O el Caffe Greco, il Cembalo en la ribera del Tiber.
Desvelado he regresado al Museo del Prado,
al Hermitage, al National Gallery, al Museo de Orsay.
He viajado de noche por el Danubio,
atravesé el desierto de Atacama,
la soledad y el abandono de las malezas sureñas,
el candor y los ponchos en Belén,
la biblioteca de Coimbra, el Cementerio Civil,
el poniente y la luna en Pumamarca,
el riachuelo, un terraplén de Avellaneda, un zorzal.
La soledad perpetrada en los ojos cerrados y pájaros volando.
(La ternura y la fineza de un mimo canadiense
frente al templo de Augusto, en Pula).
Conocí al Marqués de Santillana, a Antígona,
viví la intimidad de Shakespeare, de Pirandello, de Cervantes,
compartí palacios del Renacimiento
junto a Beethoven, a Schubert, a Zbigniew Preisner.
He comprado una pipa en Liubliana
y artesanías bellísimas en Goriza.
He nadado en Cayo Blanco, en el Cantábrico, en Chiloé.
Puedo evocar la ciudad de los toldos rojos,
puedo evocar París, puedo decir Goya, Velázquez.
En sueños caminé una y otra vez
por secretas galerías, por Capri, por Siracusa,
por monasterios donde mis hijos erraban la infancia.
Ahora todo parece ilusorio, misterioso.
Y no comprendo el tiempo ni las voces.
¿QUIÉN ESCUCHÓ ESA VOZ?
Se mezclaban golondrinas
en la inquieta memoria de los ventanales.
Había un texto de Martín Códax,
el tablero de ajedrez que aún espera,
el soneto de Quevedo , una fotografía de Estambul,
un levantarse de la tarde medida
que roza y vuela la urgencia de los labios.
Y un film con Louise Brooks en el altillo.
Se escucha el ocio recogido de las aves
en un bosque de cedros.
O en los manteles con sus vinos solitarios
que parecen regresar en balandras,
con los marineros de las ráfagas y de la fugacidad.
Allí la rosa azul de Novalis,
las caracolas de los pastores,
el desvelo de la madrugada en el dosel.
Ahora nombro a la doncella en el lecho.
Y rodeo la insolencia de sus caderas.

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