Discurso de Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2014: «Soy la escritora de los andariegos comunes»


(Fotografía de ©Maribel Longueira, tirada de anoitebranca, a bitácora do escritor Francisco «Chisco» Fernández Naval, quen escoita ao poeta Alexandre Nerium explícarlle a Elena Poniatowska o funcionamento da rede do xeito, durante unha visita ao Museo da Pesca no Castelo de San Carlos en Fisterra. Da deliciosa anotación de «Chisco» tamén reproduzo este parágrafo:
«En Fisterra agardaba por nós ese cabaleiro do mar que é Alexandre Nerium, poeta que amosa o pequeno museo da pesca que alberga o castelo de San Carlos. Conta Alexandre con tanto amor as técnicas da pesca do seu mar, explica con tanta claridade as expresións mariñeiras: augas tintas, encarnar, xeito ou ardentía, que o seu dicir vén sendo coma un longo poema, cadencioso e rítmico. Así o percibiu Elena, que anotaba conceptos coma bourel, corno da brétema, deriva ou encascado. “¿Como se llaman las cajitas de red y de madera con que pescan el pulpo?” Preguntou na hora do xantar, anotando “nasa” no seu caderno vermello».
O discurso íntegro da escritora mexicana Elena Poniatowska ao recibir o Premio Cervantes 2014 en Alcalá de Henares é dunha enorme beleza. Pódese ler no xornal dixital Cuba Debate ou escoitar en RTVE á carta. Pola súa lonxitude non o vou reproducir completo, aínda ben recomende vivamente a súa lectura ou a súa escoita, mais velaquí os seus primeiros parágrafos:
«Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. (Los hombres son treinta y cinco.) María Zambrano fue la primera y los mexicanos la consideramos nuestra porque debido a la Guerra Civil Española vivió en México y enseñó en la Universidad Nicolaíta en Morelia, Michoacán.
Simone Weil, la filósofa francesa, escribió que echar raíces es quizá la necesidad más apremiante del alma humana. En María Zambrano, el exilio fue una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura.
La más joven de todas las poetas de América Latina en la primera mitad del siglo XX, la cubana Dulce María Loynaz, segunda en recibir el Cervantes, fue amiga de García Lorca y hospedó en su finca de La Habana a Gabriela Mistral y a Juan Ramón Jiménez. Años más tarde, cuando le sugirieron que abandonara la Cuba revolucionaria respondió que cómo iba a marcharse si Cuba era invención de su familia.
A Ana María Matute, la conocí en El Escorial en 2003. Hermosa y descreída, sentí afinidad con su obsesión por la infancia y su imaginario riquísimo y feroz.
María, Dulce María y Ana María, las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse.
Del otro lado del océano, en el siglo XVII la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz supo desde el primer momento que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento. Con mucha razón José Emilio Pacheco la definió: “Sor Juana/ es la llama trémula/ en la noche de piedra del virreinato”.
Su respuesta a Sor Filotea de la Cruz es una defensa liberadora, el primer alegato de una intelectual sobre quien se ejerce la censura. En la literatura no existe otra mujer que al observar el eclipse lunar del 22 de diciembre de 1684 haya ensayado una explicación del origen del universo. Ella lo hizo en los 975 versos de su poema Primero sueño. Dante tuvo la mano de Virgilio para bajar al infierno, pero nuestra Sor Juana descendió sola y al igual que Galileo y Giordano Bruno fue castigada por amar la ciencia y reprendida por prelados que le eran harto inferiores».
(…)

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